domingo, 5 de noviembre de 2006

La lluvia y el sol.

Hoy desperté a las seis de la mañana o algo así. Estaba oscuro, y es raro que me despierte tan temprano sin razón aparente. Podía oir el canto de muchos pájaros a través de mi ventana y las murallas. Sentía una gran actividad allá afuera. Luego creo que empecé a soñar o a pensar en todo lo que ha pasado. En cómo este año tan vertiginoso y lleno de cambios está llegando a su fin. Finalmente, despierto de nuevo por la fuerte vibración de mi teléfono celular. Y observo cómo todo estaba cubierto por el agua allá afuera.

Bueno, es entendible que haya llovido un poco. Estamos con El Niño a cuestas, lo cuál nos dará más de una sorpresa por estos meses. Y estos tiempos tan extraños y caóticos también estarán llenos de eventos como estos, si las predicciones que tanto se pregonan son ciertas. Aparte que en ese momento mis ánimos no estaban como para pensar en positivo, sino más bien pensaba que el tiempo reflejaba mi estado de ánimo. La lluvia ya pasó, quedan las grises nubes.

Pero después, me dí cuenta de que no me servía de nada estar así. Y de hecho, cómo me podía sentir así después de la inolvidable experiencia que tuve estos últimos días. Cómo podía ser tan obtuso para centrarme en los contras, cuando hay tantos o más pros a los cuáles agradecer su existencia. Y es así como no me fijé en lo gris del cielo, ni en lo obscuro de mi casa, ni en lo malo que me podría ocurrir. No, eso ya no existía. Ahora es tiempo de seguir, de hacer lo que uno encuentra correcto. Y corrí, corrí por las calles con los brazos abiertos y una sonrisa que no mostraba desde hace tiempo. Y gritaba, aullaba al cielo y al mundo que no se movía alrededor mío, porque todos se fijaban e lo gris. Yo no. Yo disfrutaba el rocío y la humedad en mi piel, el viento fresco en mi rostro, el aire limpio en mis pulmones. Pues ahora amo de una manera que no pude experimentar antes. Porque estoy al fin construyendo mi vida, estoy disfrutando de cada instante de ella. Y me encanta.

Además, después de la lluvia, después de los hermosos rayos y el agua que limpia todo lo que nos rodea y purifica cada rincón que toca, aparecen trozos de cielo azul. Un azul casi celestial, de esos que uno no encuentra ni en la ropa y que niguna tintura podrá igualar. Y las nubes se vuelven blancas como lana de la más jovial de las ovejas. Como algodón de las plantas más tiernas. Como el fulgor más grande que una enana blanca puede emanar. Y, ya no como un pesado disco de calor sino como un gran plato de luz, aparece el sol. Y nos irradia no con molestia, no con pesadez, sino como una invitación. Una invitación a movernos, a ser lo que nosotros queramos ser. A decidir al fin y de una vez por todas qué desea cada uno. Y así nueva vida aparecerá frente a nosotros. Y podremos ser. Vivir. Amar.

Y por Dios que ojalá todo el mundo pudiese hacerlo.

Les recomiendo escuchar los deliciosos sonidos de Lemongrass (sobre todo "Lightning Fire" del álbum "Solar Incense"), las interesantes letras de Foreigner, y el notable marco instrumental de Evanescence.