martes, 27 de septiembre de 2005

Sobre conducir, la enfermedad, los Testigos de Jehová y los proyectos. [Primera parte]

Para empezar, no me siento muy bien psicológicamente, debido a que eché a perder mi computador y no sé cómo arreglarlo. Nadie que conozca lo sabe. Es complejo, pues implica una sección muy profunda de la tarjeta madre, la BIOS. Trataré de buscar ayuda en... Un sitio por ahí al que estoy suscrito. No recuerdo el nombre, pero de seguro habrá alguna resolución allí. Y no es de eso que me puse a escribir, sino de mi viaje al norte de Chile... De nuevo.

Para empezar, este viaje fue especial de ida, no sólo porque mi papá no estaba allí, sino porque me permitirían conducir, y lo hicieron. Salimos de Santiago como a las 12:00 del Jueves 15 de Septiembre. Mi mamá condujo hasta La Ligua y yo seguí hasta Huentelauquén. Antes de ello, pasamos a ver a la tía Myriam en La Calera, donde nos regaló unas inusuales muñecas de zar... zarg... zapta... ¿flamenco? Lamentable, no me sé el baile. Como sea, el primer circuito fue tranquilo y recto. Así que no tuve problema. Incluso hice algunas maniobras de adelanto y de aviso sobre carabineros. Pero al llegar a Huentelauquén mi mamá notó la posición del sol y dijo que conduciría hasta Ovalle. Ok, dije yo y alcanzamos a llegar antes del anochecer definitivo. Ovalle es bastante pequeño para tantos autos, pero tiene aún esos detalles tradicionales como los helados con canela y la señora Carmen, la cuál mi mamá buscaba ardorosamente. Resultó que aún vive después de todos estos años sin verla, y que atendía todas las mañanas excepto festivos. Es que la señora Carmen tiene una cualidad muy rara, la capacidad de ver las enfermedades y la situación de la persona sólo viendo su orina.
Es raro hablar de gente que ve la orina, más aún si la persona que dice ello es un futuro biotecnólogo, y que le cree. Pues, la verdad, encuentro que existen muchos métodos para ver a una persona, y remedios para curarla. Yo, en lo personal, evito los medicamentos de farmacia si éstos tienen una alternativa como hierbas u otras sustancias de carácter homeopático. De todos modos, no es tan alarmante si consideramos que la biotecnología busca componentes naturales y su papel en el organismo y en su sistema. Relacionado... O más o menos.

miércoles, 14 de septiembre de 2005

¿Debería?...

Creo que me debo una disculpa. Es que no quiero sonar melancólico, pero me la debo. No debí hacerle caso.

No quiero hablar de ello. Me asusta pensar que mi vida es así, tan desinteresada. Veía un niño tan bueno que. No hay más que hablar, excepto cuando ves el parque en tu mente y no sabes si éste existe. Aún así quiero disculparme conmigo.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, me dijo alguien cuando me caí al precipicio. Estaba ensimismado en mis pensamientos, y te caes. Yo caigo. Nosotros caemos. Vosotros os alejáis... Ellos se duermen.

Y entre esas voces, tu zumbido era el menos perceptible. ¡Ay, de mí y mis grandes orejas! Si las telenovelas no son más que una cámara y unas cuantas vidas. Mézclense con porciones razonables de verdad y exageradas de lujuria. Añada agua de lágrimas y un nacimiento. Sírvase frío, para tentar a los comensales. Y así y todo lo que dicen es cierto.

Sí, quisiera disculparme. No me he olvidado de ello. Una actitud egoísta es en conclusión mi pecado. ¿O no es así? Quiero que sean felices, pero yo no. Yo me marchito para ahorrar agua que ellos gastan a destajo. Me gustaría que supieran razonarla, pero nadie escucha a las flores marchitas. Las arrancan del ramo y volvemos a nuestro asunto.

Sí, sé que no se entiende nada. Por eso me disculpo con ustedes también. ¿No recuerdan por qué están aquí? Sí, según parece. No, es lo que pienso. ¡Cierren las escotillas! That's the whale, the one who makes me suffer everyday... O sonito do mi cuore...
Y claro, debo disculparme. Pero aún no lo hago, pues no me perdono. Soy una persona muy tímida, que ni se atreve a confesar sus secretos. Porque no puede. Porque simplemente no puede. Sabe que sí, pero no puede. Mírenlo, sufriendo sin razón.

Perdón.

Ah, qué bien hace disculparse... ¿Y por qué quería?

jueves, 8 de septiembre de 2005

Nothing is gonna change my world...

Ya son las 2 y cuarto, según mi reloj adelantado 5 minutos. Salgo de la ayudantía de Ku Shou mientras éste está a la mitad de resolver una ecuación diferencial. Me despido, no sin antes pedirle a Carolina el cuaderno con los apuntes de Arte y Ciencia. Es que estoy afónico, lanzo flemas verdes y necesito aprovechar esa hora al médico que dejé concertada. Así que me dirijo al SEMDA con la tranquilidad de un banquero y me siento a esperar. Claro, primero dejar la hoja de hora médica con la enfermera. Pero antes, deben atender a una tipa con cólicos renales... Muy grave, tendremos que esperar.
Durante la espera, veo el entorno. Una cartel que implora a los alumnos a realizarse un examen auditivo en la Facultad de Artes, unos folletos para encontrar a Dios encriptado en la Biblia, avisos de compra de preservativos, los cuadros surrealistas y unos volantes sobre prevención de alcohol. Lo típico, este lugar no cambia. Una pareja habla sobre los test de alergias, mientras una tipa tiene la nariz tan raspada por sonarse como yo. Hay unas revistas sobre un mesón, pero no las quiero leer. Aún tengo el complejo de culpa por haberles quitado unos artículos de "Zona de Contacto" el año pasado. Y bueno, de pasada le veo el rostro por primera vez al médico. Raro, de todos los apellidos y el nombre no se deduciría nunca que el gallo era un rubio tipo Will Ferrell, y con una voz que debió habérsela robado a un tipo de La Dehesa. Y bueno, todo tranquilo, sólo apoyar al pololo de la galla de los cólicos y abrir la puerta cuando toquen. Hasta que...
Un montón de personas irrumpió en el salón. Al principio creí que eran los atrasados, pero luego el SEMDA se llenó y al preguntar la enfermera sobre la concurrencia, el coro fue conciso: Los pacos. Por la cresta, pensé yo, ahora habrá que resistir lacrimógenas. Pero luego las cosas se pusieron peores.
Luego de cerrar las puertas, unos alumnos gritaban desde afuera que había una tipa inconsciente afuera, que había que hacer algo, y que una mujer embarazada debía entrar para protegerse. La enfermera fue tajante al aconsejar que llamaran a emergencias. Ilógica desición, ya que estábamos en medio de una gran protesta y las ambulancias no llegarían con facilidad. Igual dejaron pasar a la embarazada, pero ipso facto, los alumnos se indignaron, llamaron al médico, insultaron a ambos y se llevaron sin permiso la camilla. En eso, el médico se impacienta, se lleva algunos instrumentos (ahí me doy cuenta lo estereotipado que se veía con el estetoscopio en el pecho) y va a buscar la susodicha. Bueno, los ánimos se calman y la tipa de los cólicos es llevada a otro salón. Un gallo con asma que estaba siendo atendido hasta que el doctor se fue desapareció. Por otro lado, unas mujeres a mi lado comentaban con la enfermera por qué los carabineros irrumpen así dentro de la Universidad. Ahí saco mis conocimientos y con la voz menos difónica que pude sacar les explico que con la nueva Ley de Armas cualquier indicio de que están lanzando bombas molotov o se posean armas dentro del recinto es motivo de allanamiento inmediato para detender a los responsables. Una dice "Pero igual, se llevan a quien pillen", a lo cual respondo con una de esas frases que de seguro un soldado pensó mientras descansaba en el campo de batalla, "En situaciones como ésta es difícil distinguir al culpable del inocente". Una joven cuchichea algo sobre que igual tienen que pillar a alguien o si no el allanamiento se injustifica, sea neutral, inocente o culpable. Me descuelgo de la conversación y me detengo al ver a un tipo que llegó recién. Algo mayor a mí, con el pelo tomado por lo largo en una cola de caballo, moreno, cejas pobladas, camiseta azul, blue jeans y una herida en el razo. Lo malo es que esa herida le rompió una arteria y estaba chorreando en sangre.
No atiné más que a decir "uuuuhhhh" mientras algunas gallas no podían aguantar la sangre y miraban a otro lado. El secretario reaccionó de inmediato mientras más sangre se acumulaba en el piso, pidió urgente un cinturón, el cuál le fue quitado de golpe a una chica, e improvisó un torniquete. La enfermera se lo llevó al consultorio, pero el médico aún no llegaba. Era uno de esos momentos en que te urges por saber qué ocurre afuera pero de todos modos no saldrás a mirar por miedo a recibir un balazo o una nube de gas lacrimógeno. El shock de a poco se pasa, pero tarde o temprano la mancha de sangre lo hace reflexionar a uno, como le pasó al pololo de la galla de los cólicos. "Complejo el tema de la muerte" dice. "Todos le tienen miedo, por eso es un tabú" (me costó tragarme el "tabú", pero más que nada tuve que digerirlo al no encontrar un concepto más "españolísimo"). Mi respuesta dejaba entrever un poco mis estudios sobre la materia. "Lo que pasa", dije, "es que las únicas experiencias que puedes registrar o contar son las que tienes en vida. Nadie sabe qué ocure después o durante la muerte, y es bien conocido el miedo a lo desconocido. Así que es lógico el miedo a la muerte". "Entendible", replica. Lo llaman, y él va a ver qué tiene que hacer con su polola una vez que ella salga del SEMDA. Más heridos llegan, pero éstos eran sólo luxaciones a la rodilla y al hombro por golpes. El médico llega, sudando por el ambiente de emergencia, el cuál no se da casi nunca aquí. Va de inmediato a revisar al joven con el brazo cortado, constatando la rotura de la arteria y pidiendo un vehículo. De los tres que responden, el del furgón de la biblioteca es la mejor opción. Nos piden ayuda para llevarlo y accedemos con aire de héroes yo y un químico ambiental de mi mismo grado. Salimos y siento por primera vez en el día las lacrimógenas. Trato de acordarme del nombre del compuesto, el cual Nicolás me dijo de pasada una tarde en el paradero, pero no puedo reflotar el dato y le doy palabras de aliento al asustadizo pero valiente cabro. "Agradece que estás vivo y que no has perdido mucha sangre." Asiente un tanto tiritón, pero no se traga lo de la sangre. Es que cuando cae al suelo y se expande, uno tiene la idea errónea de haber más sangre de la que efectivamente cayó. Y por los calculos preliminares yo le daba sus 350 ml perdidos...
El furgón parte rápido y me devuelvo rápidamente al SEMDA. Aún las chicas se asustan y se ponen mareadas al ver la sangre en el piso, así que recruerdo el papel higiénico y me pongo a limpiar, frente a lo cual recivo el apoyo de una galla. Lanzo los papeles rojizos a un basurero y ya no queda más que unos vestigios de color marrón en la cubierta crema. Se retoman las consultas, la tercera en la lista es atendida y me dejan en otro banco. Esta vez sí necesito distraerme, y no con artículos tecnológicos ni artículos densos de la Muy Interesante que tenía en la mochila. Necesitaba algo fácil de asimilar, un artículo sonso, y justo pillo el único "Zona de Contacto" que ha resistido el embate del año nuevo y que puedo leer a destajo. Leo un artículo sobre trabajos de verano, una nota de Casimiro Huerta Valverde (chiquillos RETAMBOREADOS) y una sección dedicada a música y contexto. En pocas palabras, una galla estaba cansada de bailar y pensó en una canción para animarse, cosa que después escribe, manda a un diario y lo publican. Me hizo pensar ¿Qué canción pondría yo en este momento? De nada me servía el personal en el bolsillo con la 97.7 petrificada a voluntad propia, ya que de a poco me entusiasmé en la batería de una canción que toavía no le puedo saber el nombre ni el autor. La enfermera al fin me llama, esbozo una sonrisa y entro al consultorio dejando mis cosas en el banco. Ya no me importa nada.
El doctor me hace las preguntas del caso "¿Qué te pasa?", "Como se ve, estoy enfermo de la garganta" sacando la mejor imitación de El Padrino hasta la fecha. Diagnóstico, con estetoscopio al pecho y tableta en la lengua. Conclusiones: Faringo-laringo-bronquitis. "Ese sonido no me gusta para nada" dice, y le adjunta unos "principios de asma" propios del gas lacrimógeno. Me anota una lista de remedios, una notificación de inasistencia para hoy y mañana y me pregunta si tengo cómo pagar los remedios. Ahí tuve que sacar el violín a la fuerza y declarar mi falta de crédito y mis dos lucas en el bolsillo que aún no iba a sencillar. El médico me hace una nueva lista y quedamos listos. Por lo menos ahora sólo tengo que comprar el remedio más caro ¬_¬. En fin, mi sorpresa fue rotunda cuando presenté el recetario y me dieron los remedios gratis. Tuve que sencillar el billete de dos mil en un quiosco después de salir.
Asunto finito "¿Qué hora es?", le pregunto al doctor. "Las cuatro"... ¿Las cuatro? Algo debe ocurrir en el organismo cuando hay acontecimientos precipitados, porque no sentía hambre ni sed como para no haber tragado más que unos mocos desde hace ocho horas. Me dirijo de inmediato a un microondas a calentar los porotos con rienda, pero el olor a lacrimógenas me desaceleró el paso. "Ni se te ocurra meterte para allá, que te pillamos mudo después" me recomendó el médico. Me encierro en el Salón de Bachillerato y recaliento la comida allí. Una estela de gas lacrimógeno andaba rondando dentro de la sala, pero eso no me desanimó a comer allí. Disfrutar de un almuerzo rico solo y con un equipo de música no es algo para desecharlo.
Terminado eso, hago los catastros mientras camino. Muchos alumnos están apretujados en la entrada viendo lo que pasa. De reojo veo unas barricadas en la calle frente a la entrada y dos sujetos bien ocultos tras ellas. "Mejor salir por Artes", pensé, y me dirigí hacia allá. Me encuentro con Cecilia, una argentina que me recuerda a otra argentina amiga de mi mamá. Hacemos una actualización de eventos y nos despedimos en la esquina. Yo ahora estoy del otro lado de la calle, y camino a paso tranquilo entre montones de carabineros, escuchando la disposición que les da su superior. Increíble la cantidad de efectivos, reflexioné, mientras inspeccionaba los números de las micros que estaban saliendo del paradero antes de cruzar la avenida. Aparece la 619 y una horda de alumnos con sus actividades interrumpidas corrió hacia ella. Me acuerdo del billete y parto corriendo al quisco a comprarme algún dulce de $100. Lo consigo, y logro subirme al microbús antes de que éste acelere. Y fue justo allí, mientras observaba cómo el despelote se iba alejando de mí, que pillé la canción: "Across the Universe", pero no con esa psicodelia que le pusieron Los Beatles cuando cacharon que la canción al principio sonaba aburrida, sino el cover que hizo Fiona Apple y que pusieron en "Pleasantville" el '98. No sé, tiene ese aire de tranquilidad frente a lo apocalíptico que calzaba perfecto para una cámara lenta en el clímax del consultorio. No es que me haya gustado la experiencia, pero saco cosas interesantes. Como cuando estaba limpiando el piso junto con la tipa y trato de agregarle humor al acto diciendo "¿Sabes? Es en estos momentos cuando uno se dice que debió haber tomado el curso de Primeros Auxilios"

Y es que las experiencias son para vivirlas.

martes, 6 de septiembre de 2005

Lo que tenemos cerca

Casi no hay santiaguinos o personas que hayan pasado por Santiago de Chile y no se hayan tenido que subir a un microbús para llegar a alguna parte de la ciudad en algún momento de su vida. Claro, para mí ya es rutina subirme y viajar durante una hora, hasta legar a la Universidad o mi casa. Y es que de veras que mucha gente usa "la micro" para llegar a donde sea.
Hoy, como siempre, la micro estaba particularmente llena. Tanto, que al chofer le costó cerrar la puerta. Ya estoy acostumbrado a apretujarme hasta calzar en el medio metro cúbico que me corresponde, y afortunadamente tuve la oportunidad de mirar por la ventana frontal.
Y ahí estaba, un poco tapada por el smog y las nubes de la mañana. La imponente Cordillera de Los Andes, tan alta como hace mucho tiempo la había visto. Se podría decir que fui uno de los poquísimos pasajeros que observó tamaño cuadro. Hermoso en verdad, y me hizo pensar.

¿Por qué no le prestamos más atención al paisaje que nos rodea? Si fuese así, lo respetaríamos más y lo contemplaríamos con ojos más curiosos. Pero según parece la indiferencia de la rutina nos ha hecho mal. Nos da lo mismo contaminar una y otra vez y tapar de nuevo la cordillera para que no la podamos ver. Sus picos cubiertos de blanca nieve y su arquitectura tan intrincada se desvanecerán, y así ha ocurrido desde que empezamos a utilizar masivamente los automóviles. Tampoco la pasaríamos botando basura donde sea, y pisando árboles sólo porque estamos apurados.

Debo admitir que, a pesar de lo mucho que me he dedicado al medio ambiente, con esto de hacer compost en el patio y reciclar la mayor cantidad de basura posible, igual siento algunas veces que mi trabajo es en vano. Sí, de más que hay otros santiaguinos que respetan el medio ambiente, pero lisa y llanamente no se nota. Aún recuerdo cuando fui a Pucón, o a San Pedro de Atacama, y allí el factor turístico influyó para que el lugar fuese tan limpio como para ver rocas y verdor por todos lados. Un paisaje bonito.

Entonces ¿Por qué no cuidamos más el lugar donde llegan primero los extranjeros, que es Santiago?¿por qué tienen que observar como los recibe una tela de smog antes de aterrizar? No es posible que estemos dando una imagen tan descarada, como si tuviese una casa y mantuviera el patio hermoso para que lo vean mis vecinos, pero mi cuarto estuviese hecho un asco porque nadie entra en él.

Bueno, no pude pensar más en ello, pues había gente que se tenía que bajar y les impedía el paso. Pero da para pensar, queridas montañas... ¿O no?

domingo, 4 de septiembre de 2005

Una historia

Una historia que tenía en la cabeza hace tiempo acaba de pasar a manos de Los Cuentos, del cual soy miembro hace unos meses pero no ponía el vínculo por flojera.
Por otro lado, un cuento grande caerá por aquí. Estén atentos.