jueves, 8 de septiembre de 2005

Nothing is gonna change my world...

Ya son las 2 y cuarto, según mi reloj adelantado 5 minutos. Salgo de la ayudantía de Ku Shou mientras éste está a la mitad de resolver una ecuación diferencial. Me despido, no sin antes pedirle a Carolina el cuaderno con los apuntes de Arte y Ciencia. Es que estoy afónico, lanzo flemas verdes y necesito aprovechar esa hora al médico que dejé concertada. Así que me dirijo al SEMDA con la tranquilidad de un banquero y me siento a esperar. Claro, primero dejar la hoja de hora médica con la enfermera. Pero antes, deben atender a una tipa con cólicos renales... Muy grave, tendremos que esperar.
Durante la espera, veo el entorno. Una cartel que implora a los alumnos a realizarse un examen auditivo en la Facultad de Artes, unos folletos para encontrar a Dios encriptado en la Biblia, avisos de compra de preservativos, los cuadros surrealistas y unos volantes sobre prevención de alcohol. Lo típico, este lugar no cambia. Una pareja habla sobre los test de alergias, mientras una tipa tiene la nariz tan raspada por sonarse como yo. Hay unas revistas sobre un mesón, pero no las quiero leer. Aún tengo el complejo de culpa por haberles quitado unos artículos de "Zona de Contacto" el año pasado. Y bueno, de pasada le veo el rostro por primera vez al médico. Raro, de todos los apellidos y el nombre no se deduciría nunca que el gallo era un rubio tipo Will Ferrell, y con una voz que debió habérsela robado a un tipo de La Dehesa. Y bueno, todo tranquilo, sólo apoyar al pololo de la galla de los cólicos y abrir la puerta cuando toquen. Hasta que...
Un montón de personas irrumpió en el salón. Al principio creí que eran los atrasados, pero luego el SEMDA se llenó y al preguntar la enfermera sobre la concurrencia, el coro fue conciso: Los pacos. Por la cresta, pensé yo, ahora habrá que resistir lacrimógenas. Pero luego las cosas se pusieron peores.
Luego de cerrar las puertas, unos alumnos gritaban desde afuera que había una tipa inconsciente afuera, que había que hacer algo, y que una mujer embarazada debía entrar para protegerse. La enfermera fue tajante al aconsejar que llamaran a emergencias. Ilógica desición, ya que estábamos en medio de una gran protesta y las ambulancias no llegarían con facilidad. Igual dejaron pasar a la embarazada, pero ipso facto, los alumnos se indignaron, llamaron al médico, insultaron a ambos y se llevaron sin permiso la camilla. En eso, el médico se impacienta, se lleva algunos instrumentos (ahí me doy cuenta lo estereotipado que se veía con el estetoscopio en el pecho) y va a buscar la susodicha. Bueno, los ánimos se calman y la tipa de los cólicos es llevada a otro salón. Un gallo con asma que estaba siendo atendido hasta que el doctor se fue desapareció. Por otro lado, unas mujeres a mi lado comentaban con la enfermera por qué los carabineros irrumpen así dentro de la Universidad. Ahí saco mis conocimientos y con la voz menos difónica que pude sacar les explico que con la nueva Ley de Armas cualquier indicio de que están lanzando bombas molotov o se posean armas dentro del recinto es motivo de allanamiento inmediato para detender a los responsables. Una dice "Pero igual, se llevan a quien pillen", a lo cual respondo con una de esas frases que de seguro un soldado pensó mientras descansaba en el campo de batalla, "En situaciones como ésta es difícil distinguir al culpable del inocente". Una joven cuchichea algo sobre que igual tienen que pillar a alguien o si no el allanamiento se injustifica, sea neutral, inocente o culpable. Me descuelgo de la conversación y me detengo al ver a un tipo que llegó recién. Algo mayor a mí, con el pelo tomado por lo largo en una cola de caballo, moreno, cejas pobladas, camiseta azul, blue jeans y una herida en el razo. Lo malo es que esa herida le rompió una arteria y estaba chorreando en sangre.
No atiné más que a decir "uuuuhhhh" mientras algunas gallas no podían aguantar la sangre y miraban a otro lado. El secretario reaccionó de inmediato mientras más sangre se acumulaba en el piso, pidió urgente un cinturón, el cuál le fue quitado de golpe a una chica, e improvisó un torniquete. La enfermera se lo llevó al consultorio, pero el médico aún no llegaba. Era uno de esos momentos en que te urges por saber qué ocurre afuera pero de todos modos no saldrás a mirar por miedo a recibir un balazo o una nube de gas lacrimógeno. El shock de a poco se pasa, pero tarde o temprano la mancha de sangre lo hace reflexionar a uno, como le pasó al pololo de la galla de los cólicos. "Complejo el tema de la muerte" dice. "Todos le tienen miedo, por eso es un tabú" (me costó tragarme el "tabú", pero más que nada tuve que digerirlo al no encontrar un concepto más "españolísimo"). Mi respuesta dejaba entrever un poco mis estudios sobre la materia. "Lo que pasa", dije, "es que las únicas experiencias que puedes registrar o contar son las que tienes en vida. Nadie sabe qué ocure después o durante la muerte, y es bien conocido el miedo a lo desconocido. Así que es lógico el miedo a la muerte". "Entendible", replica. Lo llaman, y él va a ver qué tiene que hacer con su polola una vez que ella salga del SEMDA. Más heridos llegan, pero éstos eran sólo luxaciones a la rodilla y al hombro por golpes. El médico llega, sudando por el ambiente de emergencia, el cuál no se da casi nunca aquí. Va de inmediato a revisar al joven con el brazo cortado, constatando la rotura de la arteria y pidiendo un vehículo. De los tres que responden, el del furgón de la biblioteca es la mejor opción. Nos piden ayuda para llevarlo y accedemos con aire de héroes yo y un químico ambiental de mi mismo grado. Salimos y siento por primera vez en el día las lacrimógenas. Trato de acordarme del nombre del compuesto, el cual Nicolás me dijo de pasada una tarde en el paradero, pero no puedo reflotar el dato y le doy palabras de aliento al asustadizo pero valiente cabro. "Agradece que estás vivo y que no has perdido mucha sangre." Asiente un tanto tiritón, pero no se traga lo de la sangre. Es que cuando cae al suelo y se expande, uno tiene la idea errónea de haber más sangre de la que efectivamente cayó. Y por los calculos preliminares yo le daba sus 350 ml perdidos...
El furgón parte rápido y me devuelvo rápidamente al SEMDA. Aún las chicas se asustan y se ponen mareadas al ver la sangre en el piso, así que recruerdo el papel higiénico y me pongo a limpiar, frente a lo cual recivo el apoyo de una galla. Lanzo los papeles rojizos a un basurero y ya no queda más que unos vestigios de color marrón en la cubierta crema. Se retoman las consultas, la tercera en la lista es atendida y me dejan en otro banco. Esta vez sí necesito distraerme, y no con artículos tecnológicos ni artículos densos de la Muy Interesante que tenía en la mochila. Necesitaba algo fácil de asimilar, un artículo sonso, y justo pillo el único "Zona de Contacto" que ha resistido el embate del año nuevo y que puedo leer a destajo. Leo un artículo sobre trabajos de verano, una nota de Casimiro Huerta Valverde (chiquillos RETAMBOREADOS) y una sección dedicada a música y contexto. En pocas palabras, una galla estaba cansada de bailar y pensó en una canción para animarse, cosa que después escribe, manda a un diario y lo publican. Me hizo pensar ¿Qué canción pondría yo en este momento? De nada me servía el personal en el bolsillo con la 97.7 petrificada a voluntad propia, ya que de a poco me entusiasmé en la batería de una canción que toavía no le puedo saber el nombre ni el autor. La enfermera al fin me llama, esbozo una sonrisa y entro al consultorio dejando mis cosas en el banco. Ya no me importa nada.
El doctor me hace las preguntas del caso "¿Qué te pasa?", "Como se ve, estoy enfermo de la garganta" sacando la mejor imitación de El Padrino hasta la fecha. Diagnóstico, con estetoscopio al pecho y tableta en la lengua. Conclusiones: Faringo-laringo-bronquitis. "Ese sonido no me gusta para nada" dice, y le adjunta unos "principios de asma" propios del gas lacrimógeno. Me anota una lista de remedios, una notificación de inasistencia para hoy y mañana y me pregunta si tengo cómo pagar los remedios. Ahí tuve que sacar el violín a la fuerza y declarar mi falta de crédito y mis dos lucas en el bolsillo que aún no iba a sencillar. El médico me hace una nueva lista y quedamos listos. Por lo menos ahora sólo tengo que comprar el remedio más caro ¬_¬. En fin, mi sorpresa fue rotunda cuando presenté el recetario y me dieron los remedios gratis. Tuve que sencillar el billete de dos mil en un quiosco después de salir.
Asunto finito "¿Qué hora es?", le pregunto al doctor. "Las cuatro"... ¿Las cuatro? Algo debe ocurrir en el organismo cuando hay acontecimientos precipitados, porque no sentía hambre ni sed como para no haber tragado más que unos mocos desde hace ocho horas. Me dirijo de inmediato a un microondas a calentar los porotos con rienda, pero el olor a lacrimógenas me desaceleró el paso. "Ni se te ocurra meterte para allá, que te pillamos mudo después" me recomendó el médico. Me encierro en el Salón de Bachillerato y recaliento la comida allí. Una estela de gas lacrimógeno andaba rondando dentro de la sala, pero eso no me desanimó a comer allí. Disfrutar de un almuerzo rico solo y con un equipo de música no es algo para desecharlo.
Terminado eso, hago los catastros mientras camino. Muchos alumnos están apretujados en la entrada viendo lo que pasa. De reojo veo unas barricadas en la calle frente a la entrada y dos sujetos bien ocultos tras ellas. "Mejor salir por Artes", pensé, y me dirigí hacia allá. Me encuentro con Cecilia, una argentina que me recuerda a otra argentina amiga de mi mamá. Hacemos una actualización de eventos y nos despedimos en la esquina. Yo ahora estoy del otro lado de la calle, y camino a paso tranquilo entre montones de carabineros, escuchando la disposición que les da su superior. Increíble la cantidad de efectivos, reflexioné, mientras inspeccionaba los números de las micros que estaban saliendo del paradero antes de cruzar la avenida. Aparece la 619 y una horda de alumnos con sus actividades interrumpidas corrió hacia ella. Me acuerdo del billete y parto corriendo al quisco a comprarme algún dulce de $100. Lo consigo, y logro subirme al microbús antes de que éste acelere. Y fue justo allí, mientras observaba cómo el despelote se iba alejando de mí, que pillé la canción: "Across the Universe", pero no con esa psicodelia que le pusieron Los Beatles cuando cacharon que la canción al principio sonaba aburrida, sino el cover que hizo Fiona Apple y que pusieron en "Pleasantville" el '98. No sé, tiene ese aire de tranquilidad frente a lo apocalíptico que calzaba perfecto para una cámara lenta en el clímax del consultorio. No es que me haya gustado la experiencia, pero saco cosas interesantes. Como cuando estaba limpiando el piso junto con la tipa y trato de agregarle humor al acto diciendo "¿Sabes? Es en estos momentos cuando uno se dice que debió haber tomado el curso de Primeros Auxilios"

Y es que las experiencias son para vivirlas.

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