martes, 10 de febrero de 2009

La insípida y bulliciosa historia del apático Nelson y su padre decepcionado

El Sábado llegué del trabajo. Estaba cansadísimo porque no pude dormir. No pude dormir porque me dieron calambres en la madrugada. Me dieron calambres porque camino mucho en el trabajo... ¿O será estrés? En fin, junto con una jornada de trabajo en la cuál (aún) no rendí nada, tuve que esperar a que cierto HUE***... No, nunca tanto, pero alguien llegara a Santiago para devolverle un CD. En fin, esperé de las 14 a las 16. Revisé la historia de los bomberos en la Plaza de Armas, exploré las vitrinas del Eurocentro y esperé en la estación Universida de Chile, para luego enterarme que dicha persona no llegó a Santiago y lo hará otro día. Clarto, no pude enterarme porque no llevé mi celular (se me quedó en casa).

En fin, llego a mi casa con la cabeza bombeando como trombón (¿me olvidé de mencionar que estaba enfermo? Ah, sí, como me dieron calambres me destapaba solo) y con la garganta llena de flema. No quería más guerra, sólo llegar y recostarme. Pero antes hay que lavar la ropa, regar el patio, ordenar la pieza, aspirar, en fin todo lo que uno debe hacer en casa y que pospone para el fin de semana. Y mientras voy a dar la llave de paso para que funcione la lavadora...

... Me encuentro con un gatito.

Un hermoso y pequeño gatito. Negro con manchas blancas, probablemente un sobrino de Cleopatra, nuestra gata que ahora comparte tiempo con mi madre allá en el desierto. Estaba tembloroso, maullaba pidiendo ayuda. No sabía qué hacer, quedé pasmado. Fui corriendo a darle leche, se la dejé en un plato y me escondí. Vi cómo caminaba torpemente hasta el plato y empezó a lamer el líquido ¡Qué ternura! Y me volvió a ver y esta vez se tranquilizó un poco. Logré abrir la llave, pero eso no me quitó mi inquietud por el gatito, ahí sin dueño ni madre. Me preguntaba cómo llegó ahí, contemplaba el cielo mientras él me observaba, luego lo miraba a ver si se sentía más seguro. Me recosté un buen rato en el suelo, hacía tiempo que no me sentía tan tranquilo. Retomé los deberes ya no como obligaciones, sino como quehaceres. Y así hasta que me recosté en mi cama ya con el trabajo hecho...

Luego llegó mi papá...

Cuento corto, recuerdo haber murmurado entre las tapas (puse a lavar las sábanas, aunque igual no logré sacarles ese color de cebo humano que queda al medio) que no me escapé, que sí dormí aquí el Viernes, que le mando besos a la abuela, que vi un gatito hoy en el patio, que no tenía hambre y que no tuve tiempo de regar.

... Al despertar, el gatito no estaba. No sé qué hizo mi papá con él, pero no le gustabn los gatos y ya ha "despachado" algunos en el pasado. Tampoco estaba el plato con la leche que le dí. Probablemente sacó la película solo.

El Domingo, mientras vitrineábamos en el mall (lejos lo más aburrido a menos que sea el persa y no el mall) pasamos por una tienda de mascotas. Mi papá preguntó por los labradores. $160000. Inscrito. Me miró un rato y nos fuimos. En el pasillo me menciona que lo compraría, pero que por la forma que cuido la casa es mejor no hacerlo.

... Le dí la razón.

[Tengo un vómito, tres historias, una revisión, dos patás en la ca'eza y un fuerte copiaypega para el futuro, así que atentos...]

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